Existen numerosas teorías que intentan
explicar el funcionamiento de los colores, pero pocas veces éstas se refieren a
los orígenes del color, a su base que, generalmente, se encuentra más
cercana a la biología o la química, que a otra ciencia.
Hasta
el siglo XVIII, se desarrollaron numerosas teorías referentes a la definición,
ordenamiento y articulación de los colores, un notable avance en materias de la
óptica de la luz que surgió del conocimiento de grandes como Aristóteles,
Descartes, Newton y Goethe, entre otros. Los principales avances en materias
cromáticas pasaban por un análisis y exploración del fenómeno de la luz y sus
características cromáticas.
Una
vez descubierto el misterio de la luz como fuente del color y de que sin ella
no existiría ni la más pálida tonalidad, el siglo XIX llegó con una pregunta
pendiente: ¿cómo logra la
naturaleza una variedad tan infinita de tonos? La respuesta se encuentra en la
articulación de tres elementos indispensables: la luz, fuente del color; la
materia, que reacciona al color, y finalmente el ojo, instrumento que percibe
el color.
LA PIGMENTACIÓN
Para
que la materia biológica o natural reaccione al color, debe contener algún tipo
de pigmento. Un pigmento es cualquier sustancia que produce color
en las células animales o vegetales, y muchas estructuras biológicas, como la
piel, los ojos y el pelo, contienen pigmentos. Los pigmentos corporales que los
organismos presentan al exterior constituyen tanto un sistema de comunicación
como de supervivencia. El conjunto de pigmentos que envuelve sus cuerpos recibe
el nombre de pigmentación biológica.
Las
ilimitadas tonalidades que los organismos naturales han adquirido no son
gratuitas, sino producto de la inefable evolución de las especies en su lucha
por sobrevivir, si nos apegamos a los principios darwinianos. A fines del
siglo XIX, el naturalista inglés Alfred Wallace, publicó la Ley de Coloración Progresista de las Flores, donde afirmaba
que el primer color
que existió en el más remoto de los tiempos era el verde, tan antiguo como la vida misma.
Se
trata del verde característico de la clorofila, pigmento vegetal de las primitivas algas de
hace más de tres millones de años. Verde que con el tiempo accedió a su
auto-decoloración para que lograran aparecer las primeras tonalidades blanco amarillentas
en los pétalos de algunas flores, como el Diente de León y los ranúnculos. A
partir de ello el color fue la marca de cada especie, el don con que la
naturaleza premió su evolución.
Lo
anterior fue corroborado en los modernos estudios de paleogenética, en los que
se afirma que el color en los
seres vivos es una característica heredada: dada la inmovilidad de las plantas,
que dificulta su fertilización y reproducción, éstas tuvieron que trasladar los
pigmentos – que utilizaban en otros procesos bioquímicos – hasta las células de
sus pétalos para lograr manchas coloreadas y así conquistar con sus magníficos
colores a los insectos polinizadores.
Lo
mismo sucedió en el mundo animal, donde los colores se han transformado con una
finalidad de exhibición para el apareamiento – como es el caso del ostentoso pavoreal –, o bien, como camuflaje ante los posibles depredadores de su especie.
Incluso algunas especies pueden controlar las reacciones de su pigmentación
frente a ciertos estímulos externos, de naturaleza háptica por ejemplo, como la
temperatura.
Se cree que la transformación pigmentaria sucedió
también con los seres humanos. Aquellos antepasados prehistóricos que vivían
cerca de los glaciares, expuestos a largos y penumbrosos inviernos,
desarrollaron la piel clara para absorber el máximo de radiaciones
ultravioletas; lo contrario de los antepasados de los trópicos, cuyas pieles se
oscurecieron como protección de los intensos rayos del sol. Y más aún, el color
en la vida humana también sirvió para la consagración del género, coloreando,
por ejemplo los labios y mejillas femeninas que sutilmente contribuyen a la
atracción del sexo opuesto.
LA VISIÓN CROMÁTICA
Científicamente,
se afirma que la visión del color se formó hace 400 millones de años, en el
llamado periodo Silúrico, entre los antepasados
de los peces. Aquellos seres marinos
pudieron comenzar a diferenciar el color que las algas les sugerían, del que
veían como matiz general en el agua. Hoy, son muchas las especies marinas,
terrestres y aéreas que distinguen sugerencias de diferentes longitudes de onda
de la luz que reciben.
Para Darwin, el ojo también evolucionó
de un simple nervio óptico a un complicado instrumento de visión. Darwin estaba
convencido de que la luz y los colores que ella permite son una fuente de
información sobre el medio ambiente, por lo que los animales y plantas tienen
que entender su lenguaje y significaciones para lograr sobrevivir: las frutas
verdes indican que todavía no es el momento de comerlas; las bayas negras son
rechazadas instintivamente por los seres humanos debido a su toxicidad; los
pájaros identifican a sus crías por el color de sus picos, etc.
Se ha
comprobado, por ejemplo, que los animales cuyas vidas transcurren a la luz del
sol tienen una mejor visión de los colores que los que viven a la sombra, además
de que su pelaje tiende a ser de colores vivos y brillantes debido a que, por
lo general, su apariencia imita el esquema de colores de su hábitat. Ello
explica quizás, el triste fenómeno que la modernidad industrial ha provocado en
las mariposas, las cuales en los últimos tiempos han ido sustituyendo sus vivos
colores por el negro y el gris, análogos de los valles de humo y concreto
urbano.
Todo
lo anterior no es más que el reflejo contrastante de una verdad que forma parte
inseparable de la naturaleza: el color nació para distinguirse de los demás
pero, sobre todo, como el más puro y
milenario vehículo de comunicación.
Publicado por: Ingrid Calvo Ivanovic